20 años que se van

Hacía tiempo que no escribía, probablemente no tenía nada interesante que contar (suponiendo que cuento cosas interesantes -> ¿A quién?); y es que ad portas de un nuevo año, me dieron ganas de hacer un sumario, una síntesis del año (qué va, del semestre; no tengo memoria tan buena). No tengo razón para compartirlo en un espacio público, pero aún así, supongo que a causa del insomnio, lo haré. Y es que realmente me parece impresionante cómo las cosas pueden cambiar en periodos tan pequeños. Las posibilidades, lo eterno y lo perenne son pisoteados por el paso del implacable tiempo, haciendo su y nuestra existencia efímera y nimia. Advierto que las próximas líneas están llenas de sentimientos (re-sentimientos) ponzoñosos pero, ¡qué va! Es así como he experimentado el pasar del tiempo. Me gustaría decir que no es mi culpa, pero si no, ¿de quién? 
- El año comenzó con el pie derecho, puedo recordarlo. Fue uno de los mejores momentos de los que tengo memoria, es más, me sentí absurdamente bien. Hasta una sincera y profunda sonrisa se dibujó en un rostro más que adormecido en decepciones. No necesito mencionar qué pasó, sé que fue un momento que no (y no pienso) olvidar.
- Cuando no se aprende, es preciso volver a repasar la lección, de la misma forma o desde otro enfoque. Asumo que nuevamente pensé mal. Y es que tanto pensar me ha terminado enfriando. Pero uno no es de roca, y siempre (casi por naturaleza humana o estupidez) está esa esperanza escondida en alguna esquina de alguna alcoba abandonada, ese calor de los últimos días del invierno, esa alegría de niño, esa inocencia perdida con los años, la capacidad de volver a maravillarse con las personas. Es aquel empujoncito, el martilleo en el punto justo que desintegra la coraza. El clicheístico momento de vulnerabilidad. Y el resultado variable. Variable, dentro de ciertos parámetros. Me había prometido no volver a caer en el mismo agujero, pero hay trampas que están demasiado bien disimuladas; pero lo importante es aprender de los errores (dicen), pero francamente me aseguro que no tengo una nueva lección. Después me pregunto por qué soy tan hosco. Nuevamente nos encontramos en el dilema usual, el huevo o la gallina, el ser o no ser, si se nace o se hace; puede que el culpable en sí no sea la parte importante del asunto.
Desconfianza. Temor. Terror. Pavor.
- Hay malentendidos que me dan lo mismo. Hay malentendidos que me molestan. Hay malentendidos que sí me importan. Y hay mal entendidos que no entiendo. Un par de palabras, y las frágiles relaciones sociales se destruyen. Debería estar habituado a ello, pero me sigue extrañando la causa real del conflicto: ¿eran celos, mi egoísmo, mi personalidad? Me dijeron que soy demasiado egoísta, pero prefiero no confundir la mediocridad con la ayuda al prójimo. De todas formas es el camino que he elegido, y por primera vez, quiero terminar algo bien.

Al final, no hay nada: ni una frase, una foto, mucho menos expectativas de algún porvenir.